Cuentan que, cuando el Shah Abhash de la India mandó construir para su esposa un mausoleo de mármol blanco y piedras preciosas (el Taj Mahal) también planeó colocar otro para sí mismo en la ribera opuesta del Ganges. Este otro, que hubiese sido de mármol negro, nunca llegó a construirse. Y Algo parecido ocurrió con la Mezquita Azul: se colocó frente a Santa Sofía para enfrentarse a su grandeza y superarla, y también para dejar a ambas unidas para siempre.
Pero la Mezquita Azul proyectada por el sultán Ahmed I no fue ningún regalo de amor, ni se pudo celebrar nada importante con ella. Supuso un costo desmesurado para las arcas del estado: 21.043 azulejos colorean de azul su interior, y más de 250 vidrieras fabricadas en Venecia, con incrustaciones de piedras preciosas, le prestan luz y claridad. El resultado fue admirable: una atmósfera turquesa y celeste, con una constelación de formas geométricas y vegetales cubriendo el entorno. Éste es el verdadero motivo de su fama y su esplendor, y de ese color intenso toma su nombre.
La historia de la Mezquita Azul: el sueño inmortal de Ahmed I
El nacimiento de la Mezquita Azul, el gran proyecto del sultán, de Ahmed I, no estuvo exento de dificultades. El Imperio Otomano de Solimán el Magnífico había llegado a su límite de conquistas y expansión hacía medio siglo y, aunque nadie lo sospechase, nunca volvería a igualar esos años de esplendor.
Ya con Ahmed en el trono, en 1606, la Guerra Larga entre el Imperio Otomano y el Austro-húngaro, de unos 13 años, se cerraba con la paz de Zsitvatorok. Había sido un conflicto caro e infructuoso. Mientras, muy lejos de Europa, el sultán mantenía otra contienda desde el principio de su reinado, en 1603, con el Imperio Persa. Y las cosas le fueron allí aún peor: en 1618 se llegaba a una paz definitiva por la que los otomanos perdían gran parte del Cáucaso.
No había nada que celebrar, pero la Mezquita Azul fue ordenada construir igualmente por Ahmed I entre 1609 y 1616. Era la primera en 40 años, la primera de otras que ya proyectaba para el futuro. Se situó al lado de Santa Sofía, del hipódromo y encima del Gran Palacio de los monarcas bizantinos. En un punto elevado, dominando dos mares y dos continentes, y perfilando el skyline sur de la ciudad.
Irónicamente, la Mezquita Azul que dio fama inmortal a Ahmed también le trajo por el “camino de la amargura”. Los ulemas, los juristas o “instruidos” en las leyes del Islam, no dejaron pasar el hecho de que el enorme costo del edificio proviniese de las arcas del Estado, y no de una victoria militar. La población opinaba lo mismo, considerándolo un rasgo inmerecido de vanidad para un sultán que no había conseguido tanto.
Los problemas que tuvo que afrontar el monarca por su amada Mezquita Azul fueron mucho más allá, desde el número de minaretes colocados hasta la calidad de los azulejos. Y es que Ahmed I no sólo ordenó destinar toda la producción de Nicea o Iznik a su proyecto, sino que estableció unos precios fijos por azulejo que se mantuvieron mientras duró la ejecución de la mezquita. Esto llevó a que los últimos fuesen de peor calidad que los primeros, pues el precio en el resto de mercado sí había subido. Ahmed I, no obstante, siempre tuvo claro que todo ello era un precio muy pequeño a pagar, con tal de asegurar su lugar en la Historia.
La Mezquita Azul, una gran belleza exterior e interior
Ahmed I encargó la proyección de la Mezquita Azul al arquitecto Mehmet Ağa. La ubicó frente a Santa Sofía, en una especie de competición. Respecto a sus estilos, no sólo es la culminación del período clásico de la arquitectura otomana, sino que incorpora elementos y rasgos de la arquitectura bizantina y la arquitectura clásica islámica. De alguna manera, la Mezquita de Ahmed I buscaba oponerse y superar al templo por excelencia del Imperio Bizantino.
Y Mehmet decidió seguir las doctrinas de su maestro, el arquitecto Sinan, autor de obras como el puente de Mostar o, curiosamente, el Taj Mahal en su diseño. Y esas doctrinas son fáciles de adivinar: edificios colosales y deslumbrantes, llenos de esplendor y de riqueza. Santa Sofía, al otro lado del encantador jardín que las separa, es casi la mitad de este templo. Su silueta cuenta, además, con seis minaretes, más que ninguna otra mezquita en Estambul. En su momento, esta decisión traería consecuencias no previstas pero muy significativas.
Desde el exterior, las cúpulas y semicúpulas de la mezquita van creciendo en tamaño conforme avanzan hacia la enorme cúpula central. De igual manera, los azulejos de su interior se van complicando en sus diseños según ascienden por los muros, hasta eclosionar en ardientes patrones florales y geométricos, llenos de brillo y color.
Y éste es el gran atractivo del colosal templo que tenemos aquí: la profusa y opulenta decoración. Miles de azulejos azules pintados a mano, intrincados diseños geométricos, granadas, arreglos florales, más de 50 tipos de flor del tulipán… todo ello de colores vivos, con una luz que baña en cascadas el espacio hasta perderse en el cielo de las cúpulas.
Y es que la relación entre los mosaicos, las fulgurantes vidrieras coloridas de Venecia y la luz de sus lámparas palaciegas es la que crea esa atmósfera submarina, celestial. En los muros de la mezquita, los versículos de Corán se persiguen y enredan en la estilizada caligrafía de Seyyid Kasim Gubari. Mientras, el mihrab donde se sitúa el Corán y que se orienta a La Meca, queda esculpido con gracilidad en mármol, rodeado de ventanas y de incrustaciones de cerámica. Por último, el mimbar o púlpito desde donde el imam dirigía la oración, asciende a las alturas como una escalera de oro, hasta un lugar donde todos los fieles pudieran seguir los rezos.
Curiosidades y consejos
La luz azulina, amortiguada, que flota sobre la Mezquita Azul esconde muchos más misterios de lo que pueda parecer a simple vista. Les recomendamos que pregunten e investiguen, pero por si acaso les dejamos un pequeño avance:
- Los seis minaretes que Ahmed I ordenó colocar flanqueando la Mezquita Azul causaron un fuerte disgusto entre fieles y religiosos: sólo La Meca, la más sagrada de las mezquitas, había desplegado tantos. El sultán no tuvo más remedio que, posteriormente, agregarle un séptimo al gran Templo del Islam.
- Y la razón por la que se construyó ese sexto minarete en la Mezquita Azul, según la leyenda, es aún más curiosa: cuando el sultán los ordenó, se refirió a ellos como “minaretes dorados”. Esa palabra, dorado, tenía el mismo sonido que la palabra “siete”, con lo que un pequeño matiz de pronunciación acabó determinando el estilo de algunos de los más destacados lugares del Islam.
- Cuando Ahmed I llegó al trono, una de las primeras medidas que detuvo fue la del Parricidio Real: la antigua costumbre otomana de ejecutar a todos los hermanos del nuevo gobernante.
- El Papa Benedicto XVI visitó la Mezquita Azul en noviembre de 2006, la segunda vez en la historia que se ha dado un hecho tan insólito. Con ello se buscó crear más lazos entre ambas comunidades.
Por último, quizá sea necesario recordar que la Mezquita Azul sigue funcionando como tal. Es por ello que no sólo debemos observar ciertas recomendaciones a la hora de entrar en su recinto, como cubrir nuestro cuerpo o, en el caso de las mujeres, el cabello. También hay que recordar que durante 5 veces al día su interior se dedica al rezo. Es por ello que tendremos que esperar un poco, en algunos momentos, a que las ceremonias hayan concluido.
Espectáculos, actividades y tours en la Mezquita Azul de Estambul
En verano, desde mayo hasta septiembre, se celebra en el exterior de la Mezquita Azul y de la Basílica de Santa Sofía un espectáculo nocturno de luces y sonido. Comienza alrededor de las nueve de la noche en los alrededores de la plaza Sultanahmet y suele hacerse cada día en un idioma diferente, por lo que es aconsejable informarse antes en una oficina de turismo.